martes, 31 de diciembre de 2013

2014.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, y así hasta el doce. Estos números son las palabras más importantes de está noche. Pero antes de de ese momento la noche empezará diferente.  Llegar a casa de un familiar o la familia llega a tu casa, da igual como sea, yo nunca se que hacer. Si voy a una casa, nunca sé si debo dar dos besos antes de quitarme el abrigo o al revés y si, es que viene la familia, nunca se si debo dejarles que ellos vean lo que quieran en la tele o poner Boing, ya que están echando Hora de Aventuras y me encanta esa serie. ¿Qué hago? No lo sé, siempre espero a improvisar en el último segundo. 
Después de entrar y ya acomodarme, no sé vosotros pero siempre tengo algún primo pequeño que le apetece jugar, y no jugar tranquilo, es jugar a lo bestia, pero este año será diferente, le encantan las consolas solo tendré que hacer una cosa, verle como juega, aunque no me fío, así que iré preparado por si las moscas. Por cierto, ¿alguno sabe de donde viene esa expresión? Por si las moscas, nunca lo he entendido. 
Llegan las once, todos empiezan ya con los nervios. ¿Por qué? Un año más, tampoco es para tanto. Si te tomas once en vez de doce, pues mira el lado positivo, una uva más que tendrás para el postre de la comida del día siguiente. 
Las once y media, y todos pelando las uvas, y yo con mi cuenco de Lacasitos o M&Ms, como todos los años. Sí, a mi no me gustan las uvas, por eso todo algo para empezar con un buen sabor de boca en el nuevo año, ¡CHOCOLATE! Mmmm... Me encanta. Pero claro, en el cuenco hay mas de doce, cogeré una, dos o quizás tres. Al final, quedan quince minutos para las doce y solo me quedan doce, lo justo. Los quince minutos peores de el año, menos mal, que empieza el nuevo.
¡Van a ser ya! ¡Cuidado con los cuartos, cómo paso aquel año! Si no os podéis comer todas no pasa nada, no queremos que haya una tragedia. Estas son unas cuantas frases que dice mi familia, y seguramente, la de todos. 
Pues lo dicho, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once y doce. Alguno se ha tomado las doce antes de tiempo y a otros les faltan uvas por tomarse. Por último, dos besos, felicitar el año, la copita de champán o champín, si hay algún niño, y dos o tres petardos que se oyen en toda la calle. Veremos la tele, reiremos, jugaremos a las cartas, y nos iremos. Llegaré a mi casa, me sentaré en la cama y como todos los años antes de dormirme, pensaré:

"Este año será mi año, seguro"
Aún no lo ha sido pero sigo con la esperanza. 
Por acabar, desearos próspero año, no os atraganteis con las uvas, disfrutad esta noche y pedirle lo que sea a este año, que si Rajoy ha dicho que en el 2014 estaremos mejor que en el 2013, es porque lo ha pedido y se lo han concedido, así que, ¿por qué a ti no?  

sábado, 28 de diciembre de 2013

Fue llegar al día de Nochebuena, y mi estómago ya se preparaba para la batalla. Todo fueron comidas ligeras para afrontar el duro encuentro.
Llegamos a las ocho aquella casa como si un campo de batalla fuera, y el primer golpe entro por la nariz y llegó a un estómago que en cuanto se acomodó, le empezó a entrar hambre. Algo para picotear, decían madre y tía, pero en realidad era una trampa, para que cuando llegasen los verdaderos guerreros yo estuviera cansado. Y así, plato de lomo volaba a mi boca, el queso, con la rapidez de un ratón, se me metía entre mis dientes sin que yo pudiera evitarlo, las aceitunas saltaban con la propulsión de las anchoas directas a mi garganta, tocando la campanilla cada vez que bajaban, y esas patatas vinagretas como droga entraba en mi organismo, no podía para, ni hablar. Mi madre replicando que si comía tanto luego no iba a poder con la cena, a lo mejor tengo que hacerle caso, me dije, pero no podía parar. Mis manos eran como gacelas, si quedaba una rodaja de salchichón, rápido mi mano se movía aunque estuviese en el otro extremo de la mesa. 
Poco después, llegó más familia, más artillería para afrontar la dura pelea en la cena. Les dí la bienvenida, y les advertí lo difícil que sería conseguir la victoria pero que en familia se puede afrontar todo, por eso es que nos reunimos en Navidad. Se sentaron a la mesa y nos remplazaron para que nosotros descansáramos, cosa complicada, había demasiadas tapas.
Y así, llegamos a la cena. Yo me senté junto a mi primo, gran compañero de guerra, siempre te vigila las espaldas. Empezamos los dos con la ensaladilla, trozo tras trozo iba cayendo pero hubo un momento que bajaba demasiado despacio por la garganta y se nos estaba atragantando, aunque ellos no sabía que tenía unos cuantos ases en la manga. Agua, Nestea y CocaCola, cumplieron su trabajo, nadie se puede quejar. 
Parecía ganada la batalla, pero alguien del nuestro equipo nos confundió, y se unió al bando enemigo, y no era un simple soldado, si no la que más experiencia tenía en estos enfrentamientos y sabía cuando actuar en cada momento, era nuestra capitán general, era mi abuela. Trajo soldados con gran experiencia en forma de chuletas de cordero y tanques que lanzaban misiles calientes en forma de gambas. 
Esto llegaba a un empate señores y señoras, pero sin que nos diésemos cuenta la gran maestra puso en la mesa dulces y dulces sin parar. Los polvorones nos dejaban secos, parecían que no tenían sangre en la venas, que sangre fría para atacar, el agua no pudo hacer nada. Los turrones eran espadachines que no paraban de atacar, y no todos eran iguales, unos con espadas gigantes y duras y otros con espadas más pequeñas y algo blandas, pero aún así nuestras defensas bajaban. Bombones que eran bombas químicas que te dejaban medio muerto por que su sabor era exquisito. 
Nuestros estómagos no podían más, pedíamos piedad a la comida. Estábamos acabados, nos había ganado. Con nuestra humillación, huimos de el campo de batalla para que no nos diese el golpe final. 
Y después de un recuperación de varios días, yo sigo escuchando en mi cabeza esa voz, esa frase que pudo hasta con el más fuerte, una frase que se repetía una y otra vez, que se oía cerca y lejos, que después de pronunciarla se escuchaba un eco que nunca paraba. La frase, de mi abuela y de muchas, que se escuchó toda la noche fue "¡Niño! ¿No quieres más? Anda sí, que por un poco más no pasa nada".